Las fake news, llamadas así las noticias falsas o distorsionadas que circulan a través de internet representan una de las tantas partes humanas del internet, en las cuales propuestas sin fundamento científico, teorías conspiradoras o simplemente hechos no comprobados empiezan a formar parte de la consciencia colectiva de la red, por lo que también dentro del ámbito periodístico son susceptibles de incluirse dentro del amarillismo.
Parte humana como la propia capacidad de percibir, de dudar, de intuir, esos rasgos que nos distinguirán siempre de las máquinas y que brindan al ser humano la posibilidad de innovar y evolucionar y que a la vez constituyen los semilleros de la ciencia, tal como en los orígenes de la humanidad se pensaba que la tierra estaba al centro de todo, o que ésta era plana; el descubrimiento de la energía, la mecánica y electrónica que en tiempos remotos sólo podían ser asociadas con la alquimia, magia y brujería, sin que imagináramos en esos tiempos una humanidad interconectada inalámbricamente contra cualquier pronóstico conservador.
Por ello, la protección de las opiniones disidentes representa uno de los valores primarios dentro de la protección de la libertad de expresión, puesto que tal como se ha señalado que “la historia la escriben los vencedores” y la frase de Demócrito que revelaba que la verdad es como el color blanco, una mezcla de todos los colores juntos, pocos argumentos pueden justificar la censura, puesto que a partir de las opiniones divergentes es factible conocer una parte del fenómeno que hasta el momento se desconocía o una versión de los hechos más congruente y consistente que la versión oficial.
Desde una perspectiva específica, las fake news constituyen información corrupta desde el origen, pero cuyo contenido contiene características compartidas con la actividad especulativa de las personas, a partir de la cual la propia humanidad ha evolucionado y le ha permitido incrementar su nivel cognitivo.
Discursos especulativos y farsantes que se encuentran protegidos en un mismo ámbito: el de la libertad de expresión, a partir del cual todas y todos formamos nuestras opiniones a partir de tres elementos básicos, la libertad de opinar, de recibir y de buscar información a partir de la cual es válido conformarse un criterio propio, y precisamente por ello, al verlo dentro del ámbito del derecho, las aproximaciones relativas a la regulación de las fake news representa varios conflictos conceptuales.
Tal es el caso del gran sentir antisistémico de la población mundial que se ha visto reflejado en decisiones políticas radicales para cada uno de esos entornos, en los cuáles no queda fuera de la polémica triunfos como el de Donald Trump, de Andrés Manuel López Obrador o de Jair Bolsonaro, en los que cada vez es más común escuchar voces el papel que juega el internet y las redes sociales en las elecciones de referencia, acusando inclusive una intervención rusa, china o coreana, tal cual se tratara de una nueva guerra fría.
Este año la polémica rondará por Europa, puesto que este año hay elecciones y ya comenzaron las críticas por parte de las autoridades europeas hacia Google, Facebook y Twitter por considerar que sus acciones son insuficientes para combatir el fenómeno de las Fake News en sus reportes, por lo que el fantasma del “intervencionismo” informático se empieza a asomar en dicha latitud, lo que constituye una verdadera amenaza para los regímenes políticos contemporáneos, sin embargo, ¿esta responsabilidad es exclusiva de dichas empresas?
Si salimos un poco del enfoque legal y nos situamos en una visión de seguridad, podemos ver a las fake news como un riesgo dentro de nuestro sistema de gestión, enfocado en principio, en preservar tres propiedades: la confidencialidad, la integridad y la disponibilidad, entre las cuáles, destacamos la integridad y disponibilidad, sin perjuicio de acciones para asegurar la confiabilidad, el no repudio y la veracidad de la información.
Desde esta perspectiva, si la información es el principal activo dentro de las democracias modernas para que las personas conformen su opinión y uno de los principales canales por lo cuales debe circular dicha información son las redes sociales, éstos constituyen los principales medios en los cuales debemos establecer controles de seguridad, los cuales, para ser efectivos (como en toda medida de seguridad) requiere de operadores confiables.
Los Ataques de Denegación de Servicio Distribuido o DDoS, por su parte, constituyen mecanismos de lesión cibernéticos a partir de los cuales se provoca que los usuarios legítimos no puedan acceder a un servicio al sobresaturar sus capacidades, a través de múltiples conexiones, saturación de procesos, consumo de recursos, alteración de configuraciones, obstrucción de medios de comunicación, entre otros, a partir de los cuáles no solamente se provoca la caída de un servicio en red, sino que pueden identificarse vulnerabilidades para ser explotadas.
Lo mismo ocurre con las fake news en el ámbito político, saturan a la población con una corriente o idea con la finalidad de que los potenciales votantes actúen para generar una denegación del servicio del sistema, desincentivando a quienes como usuarios legítimos creen en la democracia como un medio para contribuir en la democracia de su país, y por otra parte, dando pauta para que de manera orgánica o artificial, mantengan una postura determinada que les ayudará a generar una línea discursiva, a partir de la cual la libertad de expresión quedará temporalmente inhabilitada, mientras los atacantes aprovechan para explotar la vulnerabilidad del sistema (que en este caso somos los votantes).
Algo así es lo que preocupa a la comunidad europea, sin embargo, culpar a las empresas referidas por su falta de acción sobre el tema, desde mi perspectiva, es como culpar al proveedor de servicios de internet por no tener la capacidad tecnológica suficiente para enfrentar un ataque DDoS, y por su parte, tampoco implica que para hacer frente a esos ataques debamos bajar el switch durante un tiempo, puesto que más allá de la censura, la democracia no está sujeta a ese tipo de pausas.
Más bien, esta necesidad empieza a traslucir una nueva resiliencia digital global, que al reconocer que el problema se genera sobre temas humanos, debe buscarse desde una perspectiva orgánica y resiliente su atención, desarrollando herramientas pero a su vez capacitando a sus operadores y estableciendo relaciones positivas con todos los actores involucrados.
A partir de un esquema resiliente se podría identificar que en vez de establecer políticas unidireccionales de censura, iniciativa como las de grupos independientes de contenidos, pueden llegar a funcionar de mejor manera que algoritmos que clasifiquen la información a la cual pueden acceder los usuarios, en el entendido que si bien, la evolución del pensamiento al que hice referencia previamente no estuvo libre de prejuicios, considero que al día de hoy quienes deberían controlar esos prejuicios son las personas, al serle atribuible dicho razonamiento por naturaleza.
Nos vemos la próxima semana.
Abogado especializado en TICs, privacidad y cumplimiento legal. Maestro en Derecho de las Tecnologías de Información y Comunicación por INFOTEC.