No siempre las tecnologías traen avances

Freelance es un término que se puso de moda hace ya varios años, usándose mucho, incluso en exceso, a partir de los años 2000. El anglicismo freelance traía estilo y era sinónimo de libertad. Lo usaban los profesionales independientes, generalmente del ecosistema tecnológico, y se refiere a la actividad que realiza la persona que trabaja de forma independiente. Un freelancer administra su tiempo y su rutina de acuerdo a sus necesidades y la de sus clientes.

Esa libertad era atrayente para muchos trabajadores, que miraban la autonomía con buenos ojos. Así proliferaron plataformas que lograban unir la demanda de trabajo con la oferta. Textbroker une la demanda y la oferta de periodistas y copywriters. Top Coder brinda ofertas y proyectos para desarrollo de apps, entornos móviles, diseño y desarrollo web y soluciones de inteligencia artificial. Solo para mencionar algunas de las muchas existentes.

También aparecen los aplicativos de Uber para unir a los conductores y los pasajeros, y Glovo y Rappi para los deliveries. Acá es donde aparecen los problemas.

La autonomía de la voluntad funciona bien cuando las partes pueden negociar las condiciones de la contratación en paridad. Cuando esa paridad de negociación está desequilibrada, pocas cosas buenas surgen de la contratación. Los freelancer auténticos son profesionales altamente calificados, en un ecosistema laboral donde la oferta es reducida y por consiguiente, la negociación de salarios, beneficios y derechos laborales puede ser beneficiosa para ambas partes.

Los nuevos sistemas de trabajo independiente que ofrecen estas empresas se dan en circunstancias particulares que poco tienen que ver con la igualdad en la negociación y en las condiciones de trabajo.

Un conductor de Uber posiblemente sea una persona que perdió su empleo y en esas circunstancias “acepta” las condiciones de trabajo de la empresa. Un repartidor de Glovo es un estudiante o un joven que se inicia en el mercado de trabajo y sus necesidades lo llevan a aceptar no tener contrato de trabajo, no tener ART, no tener salario, ni descanso ni vacaciones y no recibir aportes patronales.

El problema es que esas empresas irrumpen en el mercado de trabajo de manera tan abrupta que los trabajadores no tienen reacción. Uber en muchas ciudades acapara hasta el 60% de los viajes. Si a ello le sumamos la ineficiencia recalcada hasta el hartazgo del estado, nos encontramos con un problema grandísimo.

¿Qué pasa en el mundo? En España la justicia obligó a Deliveroo a contratar a todos sus repartidores y a pagar a la seguridad social 1,3 millones de euros. En Australia se estableció que los ciclistas de Foodora son trabajadores de la empresa y se les obligó a pagar 8 millones de dólares en sueldos retroactivos. En Italia varias sentencias contra Deliveroo dijeron que los repartidores son empleados de la empresa, y que se les debe sueldo, vacaciones, seguros médicos e indemnización si fuese el caso. En Francia todos los empleados de la empresa Take eat easy fueron declarados en relación de dependencia. La empresa finalmente quebró.

Entiendo que las tecnologías están generando una gran confusión, al punto que muchos de mis colegas abogados buscan soluciones nuevas a problemas antiguos. En mi opinión Glovo, Rappi y esas “novedosas” empresas de delivery están violando las leyes laborales en nuestras narices. Como dice el dicho, si tiene cuatro patas mueve la cola y ladra es un perro.

Nota publicada en el diario El Cordillerano.

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Abogado Argentino especializado en Derecho informático y Nuevas Tecnologías. Docente e Investigador en UES 21. Director de consumidorenlaweb.com

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